Tema 13.- Obesidad Infantil
Desde 1977, en el mundo, la obesidad aumentó, no solo, en adultos sino también en niños de todas las edades incluso en recién nacidos y bebés. Puesto que los niños de seis meses comen a demanda y suelen ser amamantados, es imposible que coman demasiado.
Y como tampoco pueden caminar, es imposible que hagan poco
ejercicio. Por estas razones, en bebés y recién nacidos no es posible que comer
mucho o hacer poco ejercicio cause obesidad. Tampoco es la causa de obesidad en niños.
De hecho, en los años 90, el doctor Philip Nader de la
Universidad de California, en San Diego, realizó un estudio con 5106 niños de
tercero y quinto curso de 96 escuelas. A los niños de 56 de ellas se les educó
para que coman una dieta baja en grasa y calorías y hagan más ejercicio. Los
niños de las otras 40 escuelas continuaron con sus rutinas habituales. Después
de 3 años con este programa, los niños que comieron menos e hicieron más
ejercicio no perdieron peso en comparación con los que siguieron con sus
hábitos (*1).
Entonces, ¿cuál es la causa de obesidad en recién nacidos,
bebés y niños? La misma que en adultos, el exceso de insulina. Esta hormona es
la que regula y aumenta nuestras reservas de grasa. Pero ¿De dónde sacaría un
bebé sus altos niveles de insulina? Fácil, de su madre.
Puesto que mamá e hijo comparten el mismo suministro
sanguíneo, los altos niveles de insulina se transmiten de la madre al feto por
la placenta. Por eso cuando una madre tiene exceso de insulina (como en la
obesidad o la diabetes) sus hijos suelen nacer demasiado grandes.
De hecho, en 2010, el doctor David Ludwig estudió la
relación entre el peso de más de 500.000 mujeres y sus 1’160.000 hijos. Ludwig
comprobó que el sobrepeso de la mamá está fuertemente asociado con el sobrepeso
de su descendencia (*2).
Es así que la insulina causa obesidad en todas las edades,
incluso en recién nacidos. Sin embargo, los gobiernos gastan millones en
programas (que alientan comer poco y hacer ejercicio) para prevenir la
obesidad.
Por ejemplo, a finales de los años 90, en Estados Unidos se
realizó el estudio PATHWAYS. Este duró 8 años y costó 20 millones de dólares. A
1704 niños de 41 escuelas se los dividió en dos grupos. A uno de ellos se le
aconsejó seguir con su rutina habitual.
Mientras al otro se le aplicó un programa especial para reducir a menos de 30% la grasa
alimentaria. Y lo lograron, al final del estudio la grasa pasó a aportar del 34
al 27% de todas las calorías y el consumo diario pasó de 2157 a 1892 calorías.
Sin embargo, este grupo, el que comió menos grasas y menos calorías, no perdió peso (*3). Este fue solo uno de varios estudios a gran escala para prevenir la obesidad infantil, y que demostraron que reducir calorías no ayuda a bajar de peso.
A pesar de que la estrategia de comer menos y moverse más
fracasó una y otra vez, se siguió intentando con la esperanza de que funcione
la próxima ocasión.
Así, En 2006, los Institutos Nacionales de la Salud
Estadounidenses financiaron el estudio HEALTHY que duró 3 años. Participaron
niños de sexto a octavo grado de 42 escuelas. La mitad recibieron instrucciones
para comer menos grasa y calorías y hacer más ejercicio.
La otra mitad siguieron con sus hábitos. Al iniciar el
estudio, 50% de alumnos de los dos grupos tenían obesidad o sobrepeso. Al
final, en ambos grupos disminuyó la obesidad a un 45%. Quienes hicieron dieta y
ejercicio no adelgazaron más que quienes
no los hicieron (*4).
Pero hubo quienes no estaban de acuerdo con la religión de
reducir calorías para bajar de peso. Algunos se enfocaron en el exceso de
insulina, así llegó el éxito.
En Australia, entre 2004 y 2008 se realizó el programa JUGAR
Y MASTICAR, una iniciativa dirigida a casi 12.000 niños de entre cero y cinco
años. Nuevamente, se dividió a las guarderías en dos grupos, uno de ellos
siguió con sus programas habituales.
En cambio, el objetivo con el otro grupo era tomar menos
bebidas azucaradas y comer menos refrigerios. Así atacaron a los principales
culpables de la secreción de insulina no
a las calorías.
Comer menos azúcar baja los niveles de insulina y reducir
la frecuencia de los refrigerios evita que persistan los altos niveles de esta hormona. Al final, los niños de 2 y 3
años, que comieron menos refrigerios y azúcar, bajaron un 2 y 3% la prevalencia
de obesidad en comparación con los niños que siguieron con su alimentación
habitual (*5). ¡Por fin llegó el éxito!
En resumen, al igual que en adultos, la obesidad en niños se produce principalmente por tener niveles de insulina demasiado altos. Por eso, comer menos y moverse más no ayudó a que adelgacen en las investigaciones que se hicieron. Sin embargo cuando se atacó el exceso de insulina, los niños (por fin) pudieron bajar de peso.
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